Descripción
Pablo Echart (Irún, 1973) es catedrático en la Universidad de Navarra, donde imparte docencia sobre
escritura y análisis de guiones cinematográficos. Autor de La comedia romántica del Hollywood de los
años 30 y 40 (2005), y de una extensa producción científica en torno a cineastas contemporáneos y
series televisivas.
«¿Cuántos espectadores, imbuidos de la nostalgia que invade a Totó, no han llorado al ver con él la
película de besos censurados que su amigo Alfredo le legó?» se pregunta el autor a propósito de
Cinema Paradiso, de Giuseppe Tornatore, uno de los ejemplos más representativos de cine sobre el
cine.
No se puede decir que este sea un género propiamente dicho, sin embargo, hay un elevado número
de películas -de diversos países y desde distintas ópticas- que tratan sobre el séptimo arte y el
mundillo de los directores, productores, guionistas e intérpretes. Pablo Echart dedica un detallado
estudio a analizar medio centenar de esos filmes autorreferenciales, conjugando el rigor académico
con un lenguaje divulgativo. Un libro en el que late el entusiasmo del autor por el séptimo arte.
Todo el mundo recuerda Cantando bajo la lluvia, de Stanley Donen y Gene Kelly, que, en clave de
musical, aborda el trauma que supuso para los actores el paso del cine mudo al sonoro. Asunto que
medio siglo después, en 2011, retoma el francés Michel Azavinicius con The artist, por la que ganó
el Oscar.

Pero como explica Echart, la autorreferencia es motivo recurrente desde los albores del invento de los
Lumière. Y cita el caso de The big swallow (1901), un micrometraje en el que se ve a un viandante
que se niega a ser filmado por la cámara, y malhumorado, se acerca hacia ella (o sea hacia los
espectadores) y, en un primer plano, se ve cómo abre la boca y se traga a la cámara y al hombre que
la manipula; después vemos retroceder la imagen del rostro del viandante, mientras deglute a sus
antagonistas.
Decía el director André de Toth «que el drama debe estar delante de la cámara y no detrás», sin
embargo, muchos filmes cuentan precisamente lo que se cuece en el fuera de campo. Echart analiza
en ese bloque obras como La dama sin camelias, de Antonioni, con Lucía Bosé; Érase una vez en
Hollywood, de Tarantino; Mank, de David Fincher; o Los viajes de Sullivan, de Preston Sturges.
Un segundo bloque sería el de la cinefilia como motor de creación.

De cinefilia está hecha After life del japonés Koreeda, donde «la eternidad se cifra en la recreación cinematográfica de un instante vivido por los personajes»; o del homenaje a los guionistas perseguidos por la caza de brujas de McCarthy en Trumbo: la lista negra de Hollywood, en la que Bryan Cranston interpreta al guionista de Espartaco. Desde la cinefilia se han hecho ingeniosos homenajes al cine negro, desde la parodia, caso de Cliente muerto no paga, de Carl Reiner, o al cine cómico, desde la nostalgia, caso de Hannah y sus hermanas, donde Woody Allen recurre a la terapia de ver en una sala Sopa de ganso, de McCarey y los hermanos Marx, para liberarse de sus demonios existenciales.

El amor por hacer cine

El libro aborda también las películas sobre rodajes, rúbrica en la que se incluyen clásicos como El
silencio es oro, homenaje de René Clair al cine mudo, pero acaso la más emblemática sea La noche
americana, de François Truffaut, que suma el carácter azaroso e imprevisible del arte de narrar en
imágenes, la trastienda humana de los rodajes, la sentimental, los trucos sobre la magia del cine desvelados al espectador, o la soledad del creador, cifrada en la figura del ficticio director (encarnado
por Jean- Pierre Léaud, alter ego de Truffaut desde Los cuatrocientos golpes). Pero por encima de
todo, La noche americana, -nos dice Echart- «es una película sobre el amor por hacer cine».
Ese amor explica fenómenos como el de Ed Wood, considerado uno de los peores cineastas
americanos, pero que ponía tal creatividad y tanto entusiasmo en sus chapuceros proyectos, que
mereció el homenaje de Tim Burton con la película del mismo título.

Más genialidad, pero no demasiada suerte tuvo Orson Welles con uno de sus muchos proyectos
inconclusos por problemas de financiación, Al otro lado del viento. Llegó a rodar cien horas sobre un
cineasta encarnado a su vez por el director John Huston, que es un reflejo del propio Welles, pero lo
que queda es una reconstrucción póstuma de dos horas.
Analiza Echart, en otro apartado, películas sobre películas –como RKO 281 sobre Ciudadano Kane-.
Destaca la feliniana Ocho y medio, como «filme totémico de la ficción autobiográfica», con el
personaje encarnado por Marcello Mastroianni como alter ego del propio Fellini. Y pone a
El crepúsculo de los dioses, de Billy Wilder, como ejemplo de juego de espejos, al reciclar en ficción
a una veterana actriz del cine mudo en la vida real, Gloria Swanson, y a un actor/director de aquella
etapa, Erich von Stroheim.
No podía falta en este compendio de cine dentro del cine, dos versiones del trasvase de la realidad a
la pantalla, con el salto que dan Buster Keaton en El moderno Sherlock Holmes y Mia Farrow en
La rosa púrpura de El Cairo, de Woody Allen.

El envés de la fama

No todo es de color de rosa. Echart expone el lado oscuro del mundillo que hay al otro lado de la
cámara, como él mismo ha escrito: «el envés de la fama, la naturaleza caduca de la gloria, el
reconocimiento de relaciones de poder desiguales, la cosificación mendaz del cuerpo femenino, la
prostitución del talento, etc.» Destaca en ese submundo de pasiones y ambición, la figura del
productor, como arquetipo del poder y destaca a dos figuras emblemáticas, la encarnada por Kirk
Douglas en Cautivos del mal, de Vincente Minelli, y la interpretada por Tim Robbins en El juego de
Hollywood, del ácido Robert Altman. O la de esa actriz, papel que hace Ava Gardner en La condesa
descalza, de Joseph L. Manckiewicz, que es un cuento de Cenicienta al revés. Y, refiriéndose a los
escritores prostituidos como guionistas de Hollywood, se detiene en Barton Fink, comedia negra, «con
pátina surrealista», con la que los hermanos Coen plasman un clima de pesadilla.

No olvida el autor el documental, dedicando un análisis a El hombre de la cámara, el experimento
vanguardista del soviético Dziga Vertov; y otro al falso documental, con la ingeniosa La verdadera
historia del cine, de los neozelandeses Peter Jackson (el director de El señor de los anillos) y Costa
Botes.
El tema da para mucho, tanto que el autor cita en un anexo otras 50 películas representativas. Una
lástima que no pueda explayarse con obras tan interesantes como La última orden de Von Sternberg,
Ginger y Fred de Fellini, Splendor de Scola, Cazador blanco, corazón negro de Clint Eastwood o la
almodovariana Dolor y gloria, entre otras. Echart deja a los lectores con la miel en los labios.
Esperemos que algún día complete el festín que nos ha servido ahora con tanto rigor académico como pasión cinéfila.