LA MURALLA (Luis Lucía Mingarro, 1958)
Argumento
Luis Lucia adapta la obra de teatro de Joaquín Calvo Sotelo sobre un problema de conciencia.
Jorge, el protagonista, es un hombre rico. Pero la riqueza que posee tuvo su inicio en un fraude. Hace muchos años le robó una finca, el Tomillar, al verdadero heredero falsificando el testamento de su padrino, Mendoza. El verdadero heredero era Gervasio Quiroga, un pobre hombre que ahora está en la cárcel.
Nadie sabe lo que hizo. Se casó, tuvo una hija, Amalia, y al fallecer su mujer, se ha vuelto a casar. Ama a su esposa, Cecilia, trata bien a sus empleados, pero sabe que su interior hay algo podrido. Se trata de una herida que le impide avanzar en su trato con Dios.
No son pocos los que viven en una situación parecida. Quizás la herida no sea de ese tipo, quizá se trate de malos tratos sufridos en la infancia, de abusos, de una herencia mal repartida, de un enfado con un hermano, etc. Heridas profundas, sufridas hace tiempo, pero que todavía sangran en el interior. Tememos enfrentarnos a ellas y desvendarlas, porque la sola idea de hacerlo nos hace sufrir.
Un imprevisto ataque al corazón golpea la conciencia de Jorge y le hace recapacitar. Ve de cerca la muerte y lo que tras ella aparece. Durante la convalecencia confiesa a su mujer: “he visto el abismo profundo, oscuro, lleno de eternidad y angustia y luego una claridad infinita, increíble. Yo he visto a Dios casi físicamente”. Y su conciencia le dice que tiene que reparar el mal causado.
El hecho de que ante un aviso de muerte uno haga examen de la verdad de su vida no es algo obvio, algo que haga todo el mundo. Pero Jorge quiere rectificar, quizás, por la formación recibida. No olvidemos que estamos en 1958, en un ambiente cultural distinto. La película refleja muy bien una sociedad religiosa, católica, que vive de cara a Dios. Ser católico es lo normal, lo “formal”. Otra cosa, como también refleja muy bien la trama, es cómo cada uno lo viviese. Del mismo Jorge, cuando su mujer está atendiéndole tras el infarto, ella dice: “Dios es una sombra para ti, una sombra, un nombre que pronuncias de cuando en cuando”, y él asiente dispuesto a cambiar esa noción de Dios.
C. S. Lewis decía que el dolor es el megáfono de Dios para despertar a un mundo de sordos. Es decir, que la penumbra en la que se mueve la fe para algunos sólo se despeja cuando el dolor o la misma muerte llaman a la puerta. Y ante esta realidad podríamos preguntarnos: ¿por qué nos acordamos más de Dios cuando sufrimos que cuando nos alegramos o nos estamos divirtiendo? ¿Por qué tenemos en la cabeza un Dios ligado más a los entierros que a las fiestas de cumpleaños? Es lógico que tengamos respeto y miedo ante lo desconocido, el más allá de la muerte, y también que hasta que nos duele la pierna no le prestamos atención (somos seres necesitados), pero detrás de ese planteamiento ¿no late la idea de un Dios Salvador y Justiciero, más que la de un Amigo y compañero de camino?
El caso es que Jorge, y su mujer le apoya, decide confesar su daño y restituir. Dos acciones que van íntimamente ligadas y, aunque aparentemente pueda parecer lo contrario, no se puede dar una sin, al menos, intentar la otra. ¿Por qué? Porque el arrepentimiento verdadero no existe si uno puede paliar el mal causado. Si realmente me duele haberte roto el brazo sería ilógico que no pusiese los medios a mi alcance para tratar, en la medida de lo posible, de curártelo. En este caso no basta con declarar esa falsedad, debe reparar. Porque, en el fondo ¿qué quieres? ¿Te duele lo que has hecho o no? Ya que en el juicio particular Dios dirá a todos lo mismo, puntualiza sutilmente el mismo Lewis: “hágase conforme con lo que has querido”.
Ahora bien, restituir el Tomillar al pobre Gervasio que está a punto de salir de la cárcel, no le va a resultar tan fácil. Frente a su decisión se levantará una gran muralla…
La muralla
Es el título de la película. Es la especie de estructura que forman cada uno de los personajes en torno al protagonista. “Qué difícil hacéis mi arrepentimiento, entre todos habéis formado una muralla”, les dice Jorge casi al final. Así queda reflejado en las últimas tomas. De entre ellas destacaría aquella en la que sus rostros se van girando como el acoplarse de las fichas de un dominó cuando Gervasio Quiroga llama a la puerta. Y aquella otra, poco después, en la que Cecilia extiende su brazo hasta alcanzar el hombro de Alejandro, el secretario de su marido, tratando de separar a Jorge de Romualdo que acaba de atender la puerta, como impidiéndole el paso.
Pero la presión o fuerza de la muralla reside sobre todo en un hecho: la celebración de la boda de su hija, y éste es facilitado e impulsado por la eliminación de la única prueba que le podía culpar. Es verdad que también podían ejercer cierta presión otros argumentos como: el tildarle de egoísta, el que piense en los demás, el qué dirán los demás, etc., pero por la personalidad de Jorge no creo que llegasen a afectarle tanto.
Sin duda lo realmente interesante del argumento es analizar las posturas de los diversos personajes que la forman. Sus argumentos y, sobre todo, su relación con Dios porque, al fin y al cabo, tratan de meter baza en la relación que Jorge tiene con Dios.
Los diversos personajes
En primer lugar Matilde, la madre de Cecilia, la suegra de Jorge. Es la que lleva la voz cantante de la resistencia. La que mayor presión ejerce sobre los demás y sobre Jorge. Una viuda vividora que se dedica a jugar al póker y que enerva la bandera de la moralidad siendo vocal de la Junta depuradora de espectáculos y de costumbres.
Su postura es egoísta: no busca el bien de Jorge, es decir, no le quiere como dice quererlo, sino que busca su propio bien y el de su hija (un bien traducido en reputación y dinero). Así se lo confiesa a su hija en la primera ocasión que tiene: “eres incapaz de defender tu felicidad frente a un desdichado”. Y cuando ella le echa en cara ese egoísmo, entonces lo declara ya abiertamente: “soy egoísta por ti, bueno… por las dos”.
Su plan consiste en que todos presionen a Jorge para hacerle cambiar de idea (sobre todo a Javier para que anule la boda de su hijo si Jorge no cede) y, si esto no resultase, intentar que un médico declarase su incapacidad mental.
En la conversación que tiene con Jorge, él le dice. “Usted, en el fondo, no cree Matilde, y como usted hay muchos”. Matilde representa a los católicos que, después de rezar sus oraciones, se saltan los mandamientos que les resultan incómodos. Son católicos sólo de nombre, de fachada. Su fe es formal. Ya que, en el fondo, la adapta a su propia voluntad. Cumplen pero sin profundizar en el contenido de lo que cumplen: hacen… sin querer hacer. Los que creen, como ella dice, mientras “no me cueste muy caro”. Porque, le dice a Jorge, “si hacerse católico sale tan caro van a darse de baja muchísimos”. Muy segura de sí misma y con una visión materialista de la vida. En el fondo, cree en el dinero, en el futuro y en el bienestar de su hija, por encima de Dios. Por eso si hay que mentir, se hace.
Al final, y después de intentarlo de todas las maneras posibles, sólo le queda un argumento: retuerce la acción de Jorge tildándola de egoísta: “Tú a salvar tu alma”, y lo que sea de los demás no te importa. Pero, ¿está siendo Jorge realmente egoísta?
El segundo personaje que ejerce más presión sobre Jorge es Javier, su consuegro, el padre de Juan. Es un “católico oficial” de los de entonces, una persona que en breves palabras no sirve tanto a la fe como que se sirve de ella. Es decir, se integra en la cultura pero para obtener una ventaja económica de ello, para su bienestar. No llega a la esencia de lo que esa cultura refleja, para él la religión es algo socialmente establecido y él sabe cómo moverse en ese ambiente, cómo sacarle partido. Coincide con Matilde en que, en el fondo, lo que realmente le interesa y persigue no es a Jesús, sino al dinero.
Javier sabe negociar. Por eso busca otras posibles soluciones: le pones una tienda o le pasas una pensión y, si quieres más, te vistes de nazareno y con los pies descalzos tres recorres más de cuatro kilómetros… Pero Jorge no admite con Dios chalaneos ni componendas…
Entonces Javier añade que su idea de Dios: no es la de un juez severo, sino la de un padre que paga las trampas de sus hijos… ¿Qué decirle?
Amalia, su hija. Sólo ve su boda. Su enamoramiento no le permite ver claro ni ponerse en la piel de su padre. Jorge le confiesa a su hija que no es tan bueno como pensaba, pero que tampoco es tan miserable como piensa… y sólo le pide que le perdone. Pero ella no llega a hacerlo, lo que teme es perder a Juan (aunque su madre le dice que si lo pierde por ese motivo… no era digno de ella).
Cecilia, su mujer. Al principio está con él y le comprende, pero luego presionada por su madre y el resto, se arrepiente y también le presiona para que dé marcha atrás: “te quiero, Jorge, pero no he nacido para santa”. A lo que él le responderá más adelante, retratando su carácter: sí, Cecilia, tú no ha nacido para santa sino “para bacilar siempre entre el egoísmo y la bondad”. ¿Qué decir de esto? Pienso que todos somos así, que todos vacilamos entre el egoísmo y el altruismo, pero no todos se resignan ante ello sino que algunos luchan para que la bondad prevalezca.
En el fondo a ella también le ocurre un poco lo mismo que a su hija: le ciega el amor. Un amor mal entendido (porque en el fondo es egoísta) que, desligado de la verdad, la oscurece.
Alejandro, su secretario o administrador. Es el que elimina la posible prueba rompiendo la esquina del folio en la notaria, es decir, cometiendo él mismo un fraude. Estamos ante el clásico: “el fin no justifica los medios”. Su postura es de alguien que tiene fe, pero su empleo está por delante de ella, ésta está supeditada al pan de sus hijos. Interesante dilema.
Y por último, Romualdo González, su fiel criado, que también le engaña. Pienso representa a la gente confusa con falta de personalidad.
La escena final
Jorge va repasando a cada uno de los que forman la muralla y diciéndoles lo que cada uno obtendría si él cediera; pero no puede hacerlo. Y apela al derecho de salvarse: “no puedo renunciar al derecho de salvarme”. Y pienso que es ese momento en el que uno “toca” lo que es la conciencia; quiero decir que la conciencia de cada uno es del todo personal, ella ve el mal y el bien con una tonalidad y exigencia distinta de los demás… Así lo que los demás consideran negociable ella lo ve innegociable. Y traicionarla sería como espiritualmente suicidarse.
Luego un repentino ataque al corazón… Tiene conciencia de que es el último, de que es final, y dice: “Señor, tú sabes muy bien que yo he querido vencer la muralla”. Así finaliza y me parece magistral. Jorge salva su alma y, al mismo tiempo, traslada el caso de conciencia al resto de personajes y, ellos, a nosotros. ¿Qué haría yo?
La muralla es una película que no sólo plantea el vivir en la mentira y anestesiar la conciencia, sino que te sitúa ante el dilema: ¿cuánto vale tu fe? ¿Cuánto amas a Dios? Inteligente y atrevida denuncia del catolicismo oficial de entonces.
E.C.M.