El derecho a separarse en caso de grave peligro corporal o espiritual para el cónyuge o los hijos en El hombre tranquilo (John Ford, 1952)
El matrimonio es una institución que tiene su origen en la naturaleza humana. Es el núcleo donde se funda, vértebra y conserva la familia. Del mismo surgen unos derechos y obligaciones de la más diversa índole, unos se refieren a la persona del otro cónyuge y otros a la de los hijos (de fidelidad, de cuidado…). Ese conjunto de derechos y obligaciones que dimanan del matrimonio, lo convierten también en una institución jurídica. La unión matrimonial supone esencialmente un ligamen o vínculo permanente para toda la vida que normalmente supone compartir lecho, mesa y habitación. Es decir, esa comunidad plena e íntima, espiritual y corporal a la vez, se realiza y expresa sobre todo a través de la cohabitación. El derecho a vivir juntos, a compartir la misma casa, proporciona al matrimonio las condiciones propicias para la realización de sus fines, la mutua ayuda entre los esposos y la procreación y educación de los hijos.
El amor conyugal tiende a la unión, y se opone a la separación de los cónyuges y a su disolución. En el matrimonio canónico el vínculo no puede disolverse por ninguna potestad ni en atención a causa alguna; pero el derecho a vivir juntos se puede suspender por causas determinadas, normalmente relacionadas con otros derechos y obligaciones. Existen matrimonios que por diferentes circunstancias, y aunque estén bien avenidos, no pueden vivir juntos durante temporadas largas.
Otra cosa distinta es que la vida matrimonial pueda llegar a ser objetivamente insoportable y, en ese caso, a pesar de que el matrimonio en sí mismo sea irrevocable, está previsto como último de los remedios la separación. El fundamento del derecho de separación es, por tanto, la existencia de comportamientos gravemente lesivos de los principios informadores de la vida matrimonial. Es un mal menor para evitar otro mayor (grave peligro corporal o espiritual para uno de los cónyuges o de los hijos) y, en ningún caso, debería ser considerada como la antesala del divorcio.
Por lo que respecta al grave peligro corporal, la manifestación más grave de esta figura se da cuando un cónyuge ha atentado contra la vida del otro, lo ha amenazado seriamente de muerte o existe maltrato físico. También se incluyen los maltratos psicológicos, en forma de injurias que lesionan la dignidad o sentimientos del cónyuge ofendido (aunque para que proceda la separación deben ser graves, frecuentes o habituales, y la separación debe ser como el único medio para evitarlas).
Para ilustrar este tema no he querido elegir una escena de violencia familiar, ni una película que refleje el maltrato en el matrimonio, sino una comedia “El hombre tranquilo”. Es mi película favorita. En ella Sean Thornton (John Wayne), un boxeador norteamericano, regresa a su Irlanda natal, al pueblo de Inisfree, para recuperar su granja y olvidar su pasado. Nada más llegar se enamora de Mary Kate Danaher (Maureen O´Hara), una chica muy temperamental. Para conseguirla deberá luchar contra las costumbres locales, como el pago de la dote y, además, contra la oposición del hermano de ella (Victor McLaglen). Thornton finalmente conquista a Mary Kate, pero su hermano no sólo le niega la dote de la novia, contraviniendo las costumbres, sino que le propina un puñetazo durante la ceremonia. Thornton no responde a la agresión y su mujer le pierde el respeto y le abandona.
Sean Thornton no ha querido luchar porque en el pasado había matado sin querer a otro boxeador en un combate, y había prometido no volver a pelear nunca más. Finalmente ante los desaires de la mujer a quién ama, decide afrontar “la causa” directamente e ir a buscar a su esposa al tren que está a punto de partir a Dublín, la saca a empellones y la arrastra hasta el pueblo.
En la escena seleccionada una mujer se adelanta con una vara y se la ofrece a Thornton para que con ella pegue a su esposa. Todo termina con una pelea entre cuñados que, de tanto darse mamporros, terminan como amigos. Con todo esto se gana el respeto de su mujer y de todo el pueblo.
Clemente Huguet Abío