Sinopsis
Estamos en 1860, en un balneario donde todo gira alrededor del juego (una Las Vegas, pero en reducidas dimensiones). “La historia está inspirada en la obra de un gran escritor, jugador a sí mismo, que apostó su vida y ganó la inmortalidad”.
Los protagonistas son Fedya (Gregory Peck que, junto con John Wayne y James Steward, marcaron los rostros de la bondad en Hollywood durante toda una época) y una Pauline (Ava Gadner) joven y madura, con mirada penetrante y seductora, que sabe puede conseguir lo que quiere.
El argumento: el poder destructor del juego. Recuerda la novela de F. Dostoievski, El jugador. El juego con su azar es presentado como un vicio, una acción que resulta sumamente atractiva por lo fácil que presenta el enriquecerse. Y cómo sutilmente, retando a toda lógica y llevando la esperanza al mismo borde de la locura, hace que uno arriesgue lo que no tiene, hasta su propia salud. Un juego que te dice: “nunca me infravalores. Y sobre todo, más allá del dinero que puedo llegar a proporcionarte, no olvides en lo que te puedo transformar”.
El juego… ¡cuántas familias destrozadas!, ¡cuántos hogares rotos!, ¡cuántas personas desquiciadas! Tan de sutil y dañina es por su parte la captura de nuestra libertad que lo peor que a uno le puede pasar es… ¡ganar! Sencillamente porque lo que se le ha sido regalado piensa que él lo ha conseguido o que puede volver a serlo (“estoy en racha”, aseguras) y es evidente que… no todos los días son Navidad.
Y quizás lo segundo peor que a uno le puede ocurrir es que crea que controla (el atractivo de creerse más fuerte que el ambiente, que el impulso). El que controla en la película es el “dueño del local”, enamorado también de Pauline. “Esta noche ha nacido un jugador”, le anuncia a ella cuando ve que Gregory Peck vuelve a apostar. Y añade: “una vez que lo pruebas todos siguen el mismo camino”. No se refiere a quien juega semanalmente a las cartas y lo hace sin dinero, por puro juego, evasión y divertimento…, tampoco a quien ocasionalmente echa una moneda en las tragaperras (curioso nombre…), sino al… jugador, a quien se va introduciendo en una estructura que, poco a poco, le va ocupando la cabeza y tira de su corazón hasta mermar su libertad.
Algunos momentos estelares
- La primera de las escenas es sumamente significativa. Gregory Peck está muy enfermo tendido en la cama. El vicio está a punto de terminar con su vida. Entra el médico y le pregunta:
“– ¿Sufre con frecuencia estos ataques?
– Siempre que estoy tocando el punto más bajo de mi vida.
– ¿Y lo ha tocado usted ahora?
– He estado muy cerca. Sólo en el nivel más bajo de la existencia humana Él extiende su mano para levantarme.
– Ha dicho que alguien le tiende su mano. ¿Quién?
– El que llama a su lado a los pecadores. De pronto, con una luz cegadora, le veo a Él en el corazón de todas las cosas.
– ¿De veras se imagina que ve a Cristo?
– En el umbral de la destrucción todos le ven a Él. Sin Él ya no podría vivir, ni trabajar, ni escribir. No sería nada. Me encontraría perdido en la oscuridad”.
Por eso ya desde la primera escena el tema del juego es presentado junto al de la necesidad de salvación. En la película queda muy claro que la espiral por la que uno cae sólo tiene un cartel de salida que dice: “es casi imposible que dejes de jugar si alguien no te echa una mano”.
- El cambio. Es asombrosa la transformación que, poco a poco, se produce en la personalidad del protagonista. Tras haber ganado una fortuna (235.000 dólares), en la conversación con Pauline reconoce haber ganado al diablo en su propio terreno y sabe que el maligno no es un buen perdedor. Por eso añade lo de “tenemos que humillarnos y rezar. Aunque no lo hemos recibido”. Es decir, reconoce que lo que ha ganado no ha sido mérito suyo y sabe, además, que el diablo no le va a dejar en paz, que la tentación de volver a la mesa de juego va a ser muy fuerte, pero… del dicho al hecho hay… y una serie de coincidencias le hacen perder el control de sí mismo.
- Los efectos del vicio: sobre todo la pérdida de la libertad. Llega un momento en que ni él mismo se reconoce. Una prueba de ello son las alucinaciones y pensamientos que, poco a poco, van anidando en él. Los números parecen hablarle. Y suman ocho en todas partes. Un “ocho” que se transforma en una voz que insiste una y otra vez susurrándole: “ven a jugar”, “no nos dejes”. Confunde las coincidencias con señales divinas (que parecen diabólicas) y pierde la realidad. Hasta Pauline se extraña de verle en semejante estado.
¿Por qué? Porque está poseído. Uno siente que no está solo, que no es él, que hay alguien actuando en él. No estamos hechos para él. No quiero eso en lo que me estoy convirtiendo y que, cada vez con más fuerza, me posee. Es como cuando uno pilla la peste o la lepra o un virus y todo su cuerpo va perdiendo fuerzas… deteriorándose.
En un momento ve cómo uno de los jugadores se suicida. Toda una advertencia para Fedya. La fuerza arrolladora que puede llegar a adquirir una mesa de juego, unas cartas, una ruleta. La puesta en escena de la matriarca, de la abuela, roza el ridículo, pero nos muestra ese proceso de muerte abreviado. Apenas su hijo le enseña a apostar y, casi acto seguido, la vemos perdiendo millones. No es difícil entrar, lo realmente difícil es salir.
Preguntas para el diálogo
- ¿Por qué Fedya entra en el mundo del juego? Por amor a Pauline. Ella le metió y ella le ayudará a salir. Pero, cuando está atrapado la evita, y lo hace porque, en parte, la considera culpable del estado en el que ha caído.
- ¿Hasta qué punto uno puede llegar a controlar? La película muestra los estragos del juego en un hombre virtuoso. Las buenas intenciones, ¿hasta dónde pueden llegar? No basta la intención, el querer hacer las cosas bien, hay que saber el terreno que uno pisa.
- ¿Coincidencias? ¿Qué decir de la cadena de sucesos que hacen que al final cambien de parecer y vuelva a la mesa de juego? El hecho de no darle los pagarés en ese momento, el hecho de que cuando quiere guardar el dinero no está el conserje de la caja fuerte. Todo eso muestra que quizás basta un par de coincidencias para hacernos caer, que somos muy frágiles y el veneno es muy dañino.
- Comentar la fuerza que la belleza de Ava Gadner y el amor que suscita sobre el gran pecador.
Hay quien ha dicho…
Schopenhauer: “La riqueza y la gloria son como el agua salada, cuanto más se bebe, más sed da”.
San Agustín: “Conócete, acéptate, supérate”.
Deber: “No hay música cuando una mujer está en el concierto”.
G. Thibon: “La belleza nos eleva por encima o nos precipita por debajo del instinto y del placer; hace penetrar en nosotros algo del fuego del infierno o de la luz del cielo, y a veces -es la contradicción y el tormento de las grandes pasiones- ambas simultáneamente”.
Eduardo Camino