JOJO RABBIT Y EL ATAR LOS CORDONES DE LOS ZAPATOS
por Eduardo Camino
En Tiempo de Dios, Rosario Bofill cuenta que, tras varios años esforzándose por educar cristianamente a sus hijas, un día les preguntó si se acordaban de las veces que les había enseñado a dar las gracias o a pedir perdón, y comprobó con asombro que lo habían olvidado. Sin embargo, una de las niñas (ya no tan niña en ese momento) dijo: “lo que yo sí recuerdo muy bien son los calcetines”.
—“¿Los qué?”, preguntó su madre.
—“Los calcetines”. Y explicó: “Tú venías por la mañana a despertarnos. Nosotras estábamos aún llenas de sueño y de pereza y sacábamos sólo un pie entre las sábanas. Entonces tú nos ponías un calcetín. Luego sacábamos el otro pie y nos ponías el otro, mientras nosotras nos íbamos despertando. De eso sí tengo un buen recuerdo”.
Esta anécdota de Rosario Bofill refleja la idea que encuentro plasmada en una película tan original como sorprendente, Jojo Rabbit (2020): la crueldad y el sinsentido del III Reich visto y contado por los ojos de un niño de diez años.
Tres, cuatro, cinco veces la cámara se recrea en la escena que nos muestra cómo la madre le ata los zapatos a su hijo. Evidentemente tanta cámara sobre un hecho tan trivial lo carga de significado o, mejor dicho, nos desvela el significado que siempre ha tenido y que quizás, por costumbre, habíamos olvidado. ¿Qué significa este gesto? Refleja el amor, el cariño, de su madre.
Madre e hijo (visto por el hijo) no comparten las mismas ideas políticas, no están de acuerdo con el régimen nazi, pero por encima de sus diferentes opiniones, comen juntos, ríen juntos, salen juntos en bicicleta, bailan juntos y, sobre todo, ella está siempre pendiente de que su hijo lleve los cordones bien atados. Sobre todo desde que el lanzamiento fallido de una granada le estalló tan cerca a Jojo que le dejó un poco cojo y con cicatrices en el rostro.
Es el amor la clave de la película, lo que transforma el corazón de Jojo y, con él, su visión del régimen. Ese amor que Jojo aprendió de su madre… también cuando arrodillada le ataba los cordones.
Un día Jojo descubre a una niña judía escondida en su propia casa: al principio no sabe qué hacer con ella, está todo el día pensando en delatarla, en entregarla a las autoridades, pero acaba protegiéndola y enamorándose de ella, queriéndola primero como hermana y luego como novia. Ese proceso amoroso es el que cambia su modo de ver las cosas. Deja su mundo, egocéntrico, centrado en sí mismo, en sus apetencias, en sus sueños, para ir saliendo de sí y pensar en los demás. Acaba ayudando a la niña y, al final, su modo de decirle “te quiero” es… el mismo que le transmitió su madre: ¡atándole los zapatos!
Un niño de la edad de Jojo tiene su propio mundo, su propia visión de la realidad (muchas veces ajena a ella). En él, de una manera clara, vemos reflejadas las palabras del poeta “no podemos soportar demasiada realidad” (T. S. Eliot) y cómo Jojo disecciona, selecciona, exagera y ridiculiza (para nosotros, porque para él es serio) la brutalidad y desastres de una guerra. Pero su visión es redimida por ese amor. Los calcetines, los cordones… no sólo muestran que es el amor lo que, al final, permanece, sino que nos “transforman” la realidad y, lo que es tan terrible… ya no lo parece tanto. Son muchas las palabras que entran por un oído y salen por otro, sin embargo, lo que entra por los ojos y toca el corazón, aunque se trate de cosas muy pequeñas – de calcetines o de cordones – perdura y, a la larga, nos va dando otra visión de la existencia. De hecho, si todo en la película vista por los ojos de un adulto, puede considerarse una pesada broma…, hay dos cosas con la que Jojo no bromea: su madre y la niña, sus dos fuentes de amor.
E. Lubitch con Ser o no ser o R. Benigni con La vida es bella también aportaron su genio a una versión comedia de la tragedia de la guerra y de la cruenta persecución judía; por su parte M. Herman en El niño con el pijama de rayas intentó también darnos una visión del holocausto desde unos ojos infantiles; pero Jojo Rabbit es distinto de todos estos intentos. No te dejará indiferente.