“Los instantes y la historia en SMOKE” por José Manuel Mora-Fandos2021-04-21T12:50:15+02:00

Auggie Wren es el dueño del estanco de la esquina de la calle 16 con Prospect Park West, en Brooklyn, Nueva York. Todas las mañanas del año, haga frío o calor, hace una fotografía de la fachada de su estanco desde la esquina de enfrente. Luego le hace el revelado y la añade a una colección que va creciendo día a día, como los álbumes que las registran y que va ordenando en estricto orden cronológico.

Paul Benjamin es un escritor de novelas y relatos, de cierto renombre, que vive en el mismo barrio. Todavía joven, sin embargo es viudo desde no hace mucho. Como es un buen fumador, se ha hecho amigo de Auggie de tanto ir al estánco. Una tarde, Auggie invita a Paul a tomar unas cervezas en su casa, a fumar y a contemplar su proyecto fotográfico. Esto es lo que necesitamos saber para disponernos a captar lo que esta escena de Smoke quiere contarnos; quizás varias cosas a la vez, algunas de modo rápido, otras emplazándonos a seguir contemplando la escena en nuestra memoria. Sigamos el hilo de la narración cinematográfica.

Paul se asombra en cuanto empieza a pasar una tras otra las páginas del primer álbum. -“¿Qué es esto?” –“Esto es mi proyecto”, contesta Auggie, pero no quiere ser muy explícito: simplemente describe lo que hace mañana tras mañana. -“¡Son todas lo mismo!”, exclama Paul. Son todas lo mismo, le da la razón Auggie: el mismo lugar, a la misma hora; algo permanece, pero algo cambia: la luz, las personas que ocasionalmente pasan por delante del objetivo, quizás nadie… “Es mi proyecto, la obra de mi vida. Es mi pequeño lugar en el mundo”. Es su modo de habitar lo que estima, y tener imágenes de ello es un modo de hacerlo. Paul continúa pasando las hojas del álbum con cierto aire asombrado y escéptico. Auggie le dice: “No lo comprenderás si no vas despacio, amigo mío”. En ese instante comienza a sonar un fondo musical, una fuga para piano del Preludio y fuga nº 1 de Dimitri Shostakovich, un andante calmado que recuerda a Bach, y que fácilmente hacer recordar cualquier momento de serena intensidad contemplativa que hayamos experimentado en la vida.

Auggie sigue haciendo de guía en la experiencia iniciada: hace falta lentitud para captar las diferencias que, sin embargo, pertenecen a lo mismo. “A veces, es la misma gente, a veces otra. A veces las personas diferentes se convierten en las mismas, y las mismas desaparecen”. Auggie induce un modo de mirar estético que se fija en el cambio constante, y que sabe que finalmente todo desaparece. El proyecto de Auggie parece una narración donde el tiempo anónimo del reloj es el único protagonista. El tiempo que trae y se lleva cosas que ocurren, personas que pasaban por allí, por la vida; que se lleva la vida misma. Mirada estética porque capta los matices y las diferencias; pero también una mirada melancólica que es consciente de la desaparición de la belleza, incluso de lo que amamos. Quizás a Auggie solo le queda el consuelo de esa contemplación, y de que la fachada del estanco siga siendo siempre el fondo constante sobre el que se dan los cambios. Pero sabemos que el tiempo, por sí, no escribe narraciones. Lo sabe Paul, el escritor de novelas y relatos, y quizás por eso su estupor ante el proyecto de su amigo, que amontona álbumes y álbumes, de fotos y fotos, sin que nada avance hacia ningún lugar. “Mañana y mañana y mañana… se arrastra a este paso mezquino, día a día…” recita Auggie estos versos de Macbeth, referidos al tiempo, mientras su amigo continúa su contemplación.

Pero…

Al pasar lento y estético de las hojas de los álbumes, Paul descubre una foto que rompe la ley del monótono pasar. En ella aparece Hellen, su mujer, fallecida no hace mucho. Paul se conmueve y no puede evitar un lamento. No hay palabras. No puede continuar su repaso curioso por los matices de lo cambiante. Esta foto es radicalmente distinta a las otras. No es una más, una como cualquier otra. No recoge solo un instante que se puede contemplar con distancia estética; ha conseguido reactivar en Paul la vivencia de una historia: las personas somos historias, vividas, sostenidas con altibajos, con esfuerzos, con descubrimientos… somos capaces de cambiar el tiempo del reloj por un tiempo humano, con sentido; convertimos la frialdad de la serie indefinida de instantes en la calidez de tiempos con significado, la que da el amor.

Paul recuerda a Hellen, la historia común y compartida, la que es parte de la suya, que sigue en marcha. El amor y el dolor son fuerzas narrativas, y el amor no deja de apuntar a una plenitud misteriosa, extraña, que osa ir más allá de la muerte. “Toda historia es una historia de amor”, dice Alessandro D’Avenia. Sí. El amor hace las mejores historias, quizás las únicas. Porque si no, las historias, las historias de vida, parecen derivar peligrosamente a la sucesión del tictac, donde lo que parecía tener aliciente se va decolorando hasta perder su color y su figura, hasta desaparecer sobre el fondo indiferenciado del paso del tiempo… como se decolorarán las fotos de los álbumes del proyecto de Auggie. No tiene el tiempo la última palabra. Queda el recuerdo, pero también el anhelo de que lo que se vivió por el amor perdure en un futuro. Un anhelo que ha demostrado ser indestructible a lo largo de la historia humana.

Misteriosa manera de vencer el tiempo dándole sentido personal, interpersonal, a través del dolor y el amor, a través de la narración.

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